martes, 27 de noviembre de 2012

Rosa Caprichosa

Aquí os dejo un cuento de la mano de mi amiga Virginia. Espero que os guste...


ROSA CAPRICHOSA 

Érase una vez  una niña que se llamaba Rosa. Rosita, que era como la llamaba su abuela, desde que su papá se había quedado sin trabajo, a todas horas le oía decir: “¡Nada de caprichos! ¡Nada de caprichos!, ¡Nada de caprichos!” Nadie le había explicado a Rosa qué era un capricho, así que Rosita seguía pidiendo y pidiendo y pidiendo:
-           Mamá, mamá, cómprame la colcha de las princesas Disney…
-           Papá, papá, yo quiero un Bob Esponja de peluche…
-           Para mi cumple quiero una tarta de Mickey Mouse…
Hasta que un buen día sus papás le dijeron muy serios: “Todo lo que pides son caprichos, Rosa. Eres una caprichosa.”
Rosa no entendía qué querían decir sus papás, pero sabía que no debía ser nada bueno. Como no sabía qué hacer salió al jardín, que era donde solía jugar todas las tardes. Estaba tan triste que en vez de subirse al columpio o tirarse por el tobogán, prefirió sentarse en un banco para pensar. De pronto se dio cuenta de que estaba rodeada de animales. Veía pajaritos, mariposas, ardillas, hormiguitas y hasta un perro.
Observando a una familia de pájaros en su nido pensó: “Papá pájaro no tiene un trabajo, igual que mi papá, así que tampoco tendrá dinero para darle caprichos a sus pequeños, pero, a pesar de ello, yo no les veo tristes”. Entonces Rosa comprendió que tener una casa cómoda y calentita es importante, pero que no tiene por qué ser enorme y lujosa, ni estar llena de cosas.
Observando a una ardilla que correteaba jugando con una nuez y a dos mariposas que volaban haciendo círculos, pensó: “Ellas tampoco tienen dinero y no paran de jugar. Están tan felices… Se divierten con cosas que están a su alcance, sin tener que usar juguetes carísimos”.
Observando a las hormiguitas recoger las miguitas de un bocata y transportarlas hasta su hormiguero, pensó: “Las hormigas comen la comida que encuentran, aunque no esté dulce o sabrosa. Pues a partir de ahora me comeré todo lo que me ponga mamá sin rechistar: las lentejas, las espinacas, el pescado,…”
Observando a Rufo, el peludo perro de sus vecinos, que se había colado en su jardín, pensó: “¡Anda!, si los perros también necesitan llevar ropa para abrigarse. Pero no necesitan cambiarse de ropa ni usar bolsos, pendientes, collares,…”
Lo que Rosita aprendió aquel día fue que los animales no tenían ningún problema para distinguir lo que era verdaderamente necesario de lo que era un capricho. Desde entonces, Rosa dejó de pedirle a sus papás todas aquellas cosas que los animales no necesitan porque comprobó que con poquitas cosas podía llegar a ser más feliz. Ya nunca más volvieron a llamarla “niña caprichosa”. 
Y colorín colorado…este cuento se ha acabado.
 
FIN


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